Ahora que en el hemisferio norte llega el buen tiempo, tenemos la oportunidad de disfrutar del cielo de verano. Las temperaturas suaves y la atmósfera más estable nos invitan a mirar hacia arriba y, por suerte, ante nosotros se despliega uno de los espectáculos más hermosos del año
El cielo de verano empieza a aparecer antes de que caiga la noche. Es en ese instante dorado en el que los últimos rayos del sol acarician el horizonte, cuando todo se prepara para lo que está a punto de revelarse.
Desde el corazón de la Vía Láctea cruzando la noche, hasta la aparición de la galaxia de Andrómeda asomando por el noreste, todo parece alinearse para ofrecernos una escena inolvidable. Nebulosas, cúmulos, galaxias… todo desfila ante nuestra vista, esperando a que apuntemos nuestros telescopios o simplemente levantemos la mirada.
Antares y la vía láctea
La visión de Antares es el preludio de lo que se alza en el sur. Desde nuestro horizonte emerge el centro galáctico, elevándose poco a poco hasta dividir la noche en dos. Un río de estrellas, gas y polvo atraviesa el cielo, recordándonos que vivimos dentro de esta gran espiral de luz.
En el este, aparece Vega, anunciando la llegada del Cisne, una de las constelaciones más hermosas de observar. No solo por la forma que sus estrellas dibujan en el cielo, sino por todo lo que oculta en sus profundidades: cúmulos brillantes, nebulosas escondidas y regiones repletas de estrellas jóvenes, esperando ser descubiertas.
Y entre ellas, uno de mis objetos favoritos: la Nebulosa del Velo, los restos de una supernova que aún permanecen en el cielo como cicatrices de una explosión estelar.

Pero hay mucho más en la noche. La Nebulosa del Águila, ubicada en la constelación que le da nombre, guarda en su corazón una región de formación estelar que ha maravillado a la humanidad durante años: los Pilares de la Creación.
Si dirigimos la mirada al norte, nos espera Casiopea, con su característica forma de “W” recortada sobre el cielo. Una de sus estrellas, Gamma Casiopea, ilumina algo que permanece oculto a simple vista: la nebulosa fantasma IC 63. Una nube de hidrógeno que parece desvanecerse en la oscuridad, el eco tenue de algo que alguna vez quiso ser una estrella.

Junto a ella, la Nebulosa del Corazón y la Nebulosa del Alma, latiendo bajo la mirada de la reina inmortal, como si el cielo dibujara en sus profundidades con luz y gas.
Mientras avanza la noche, el cielo de verano cambia. Un leviatán despierta en el noreste, la galaxia de Andrómeda, visible a simple vista desde cielos muy oscuros. Nuestra vecina galáctica y nuestro futuro.
Y cuando la noche ya ha dado todo lo que tenía que dar, cuando Andrómeda aún flota silenciosa sobre el noreste, una luz suave empieza a asomarse por el este. La oscuridad se despide como llegó: lentamente, sin hacer ruido, con la promesa de un nuevo día.
Hay mucho más en el cielo de verano
Estas son solo algunas de las maravillas que nos regala el cielo de verano. Pero hay mucho más: la Laguna y Trífida, la Nebulosa Norteamérica, el Pelícano, la Trompa de Elefante, el Triángulo… Objetos que no caben en un solo texto, ni siquiera en una sola noche. Y quizá eso sea lo más hermoso: que el cielo nunca se agota, que siempre tiene algo nuevo que ofrecernos.
Lo demás… prefiero que lo descubras tú. A tu ritmo, con tu mirada. Porque, al final, lo verdaderamente valioso no es lo que vemos, sino lo que sentimos cuando lo miramos.

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Redacción: Juan F. Artillo
Edición y corrección: Daniel Fernández
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